«Rema mar adentro»
Riesgo, despojo y alegría
La Puye: Una casa Madre, una casa común abierta
Adquisición del Priorato
Sor Isabel se decidió pues a visitar La Puye.
A pesar de las devastaciones que el tiempo y los hombres le habían provocado, el priorato conservaba algo de su aspecto monacal y cuando la Fundadora pudo contemplar el patio y los claustros, desde el piso superior del primer cuerpo de habitación, su alma tan profundamente religiosa quedó sobrecogida de respeto.
"Objetos inanimados, ¿tenéis un alma que se adhiere a nuestra alma y la fuerza para amar?" Sí, y esa alma es la que le habló a Sor Isabel... Como para darle la bienvenida, las armas de Éléonor de Borbón habían permanecido en su lugar, sobre la puerta de entrada:... La coincidencia fue feliz y buen augurio.
La Bonne Soeur pasó todas las actas a su nombre y pagó con su dinero: toda su fortuna se dedicó a ello. El padre Andrés también dio una suma considerable y la familia real proporcionó subsidios generosos.
En cuanto se adquirió el priorato y quedó casi libre de sus ocupantes, fue necesario acondicionarlo para recibir a la piadosa colonia. ... Quince de las hermanas más fuertes fueron empleadas durante dos semanas en su limpieza. Durante la última semana, la Fundadora iba todos los días desde Maillé para alentarlas y dirigirlas, y a veces hacía a pie el doble trayecto, o sea 16 kilómetros.
Después comenzó el traslado. Desde mediados de abril, una larga fila de burros y mulas llevaba a La Puye los muebles de la Comunidad. Los elementos más necesarios hacían falta en los dos lados al mismo tiempo. Tanto las Hermanas que permanecieron en Maillé, como las que ya estaban en el priorato, asumían la situación con alegría. El ejemplo de la Bonne Soeur habría bastado si hubiera sido necesario, para evitar cualquier queja. Ella escribió gozosamente el 17 de mayo: "Nuestras camas están en el suelo, boca abajo o en el camino, finalmente nos iremos después de las fiestas (de Pentecostés)".
El traslado de la comunidad
Mayo de 1820
Las Hermanas no deben dejar todo Maillé al trasladarse a La Puye. Una pequeña comunidad se quedará, viviendo en los edificios de la antigua iglesia de Saint-Phèle contigua a la capilla ya restaurada, para atender la escuela, a los ancianos y a las huérfanas. El dueño donó esa capilla a las Hermanas. Esos restos de iglesia adaptados son lo suficientemente grandes como para acomodar a todas cuando expire el contrato de arrendamiento de Rochefort.
Para la mayoría de las Hermanas, las postulantes, las novicias, está previsto el traslado a La Puye. Serán unas sesenta las que se van a instalar en la nueva comunidad. Y se ha previsto que las huérfanas les seguirán, en cuanto haya un local disponibles para ellas.
Sor Isabel sabe bien que durante varios años va a ofrecer a las Hermanas incomodidad y pobreza. Cada mudanza, signo de vida, supone sufrimientos. Pero en La Puye, la Iglesia parroquial que servirá de capilla a la comunidad, ha sido un lugar de oración del monasterio, durante casi siete siglos. Establecer la Casa Madre sobre tales raíces religiosas alegra y anima a Sor Isabel. Renace una nueva vida religiosa para una misión diferente, pero siempre en el mismo amor de Dios y para su gloria.
Es duro abandonar Maillé. La mudanza experimentada con más dolor es la del Padre Fournet. Los parroquianos no ven sin amargura, alejarse a este anciano párroco, su párroco durante cuarenta años. Se decide que volverá para participar de las ceremonias religiosas especiales de la parroquia, como la primera comunión de los niños.
El desarrollo de la jornada del traslado había sido establecido por el propio Abbé de Moussac. Están implicadas dos parroquias y una gran comunidad religiosa. Hay que tener tacto para cuidar todas las sensibilidades… La historia conserva el relato de aquella jornada. Sor Isabel escribe a Sor Susana el 19 de junio. No dispone de mucho tiempo, pero se adjunta una joven secretaria: María. Una postulante.
"La Bonne Sœur al no poder escribiros con más amplitud me encarga que os de los detalles de nuestro traslado.
El jueves después de Pentecostés nos dispusimos a salir de Maillé. La ceremonia comenzó por una misa celebrada en la capilla y previamente se nos dio la bendición. Al terminar la misa se bendijo una cruz de siete pies de alto y a continuación tomamos nuestros velos y salimos en procesión en el siguiente orden: a la cabeza iba la cruz de la que os he hablado, llevada por una de nuestras Hermanas; seguían las Postulantes y las Novicias. Y en medio de ellas, la Santa Virgen, llevada por una de ellas. Detrás iban las profesas y a su cabeza San Andrés que lo transportaban entre dos Novicias. En medo, el padre cargaba la Vera Cruz y al salir de casa entono la primera estrofa del canto "mis ojos fundidos en lágrimas" que hizo repetir hasta ocho veces; era bien acorde con la circunstancia pues todo el mundo lloraba y no nos atrevíamos a hablar de nuestra partida a nadie; la pena aparecía siempre pintada en nuestros rostros. Fuimos así hasta la capilla al otro lado del río. Después de llegar se nos dio la bendición con la Vera Cruz y reemprendimos la marcha. A lo largo de todo el camino. Cantamos cántico y letanías.
Al llegar aproximadamente a un tercio del camino, encontramos la procesión de La Puye que venía ante nosotras y una parte de sus habitantes. Seguimos igual hasta los cuatro caminos y encontramos una cruz que la Bonne Soeur había hecho erigir. Se dio la bendición y tuvimos una pequeña exhortación de Monsieur Guillé. Terminada la misa, los principales, vinieron a buscar a la Bonne Sœur para encender el fuego de la alegría que había sido preparado en el lugar y ella lo encendió. Al domingo siguiente M. Mathé, párroco de la parroquia predicó y nos felicitó con gran ceremonia. Entre otras cosas dijo que esta afortunada iglesia guardaba ese día todo lo que hay de más santo, no sólo en la diócesis sino en todo el departamento. Eso nos avergonzó a todas y aún más a la Bonne Sœur. No sabía dónde meterse. Esto es, querida Hermana, todo lo que considero más interesante de nuestro traslado. Pienso que mi pequeño relato le agradará tanto más que creo no he olvidado nada importante. Le suplico que rece por mí, que tengo mucha necesidad. Con amistad, su hermana, María
Encomiendo de manera especial a la Bonne Soeur a sus oraciones, porque ella tiene muchas ocupaciones."
Lo que María no cuenta es el campamento épico de las Hermanas las primeras semanas después de su llegada. Se acuestan sobre paja o sarmientos, porque las camas no están montadas... Son las primeras comidas en el nuevo convento improvisado donde las Hermanas, con su plato en la mano, buscan el pedazo de madera, el tronco o la piedra sobre la que van a sentarse…
También se da una lucha contra las chinches que, despertadas por esta inesperada llegada, salen de cada rincón de madera vieja y obligan a la comunidad a refugiarse en el heno para pasar en él las primeras noches.
En ese preciso momento anuncian su visita, unos sacerdotes de Poitiers, deseosos de conocer la comunidad. Habrá que alojarlos al menos una noche. ¡No pueden hacer que se acuesten sobe la paja! Sor Isabel reza a la Providencia…Y se presenta una postulante que trae con ella un mobiliario bastante satisfactorio con el que se pueden montar tres camas. La noche de su llegada, la postulante, de 39 años de edad, comprende que para sus primeras noches no tendrá más que paja y un paño parduzco. «De muy buena gana, ma Bonne Sœur, pero tengo mis pequeñas costumbres; no puedo dormir sino es con la cabeza en alto, permítame poner un tronco debajo.» Y Sor Isabel, feliz, ayuda a instalarse a Sœur Dauphine.
Se ha restaurado una de las dependencias del priorato para que esté habitable inmediatamente. Sor Isabel apresura las obras que supervisa personalmente. La parte restaurada es la antigua hospedería y el gran locutorio de las Fontevrista que anteriormente estuvo unido al edificio principal por el albergue de los torreros, ahora derruido. Esta casa se ha convertido en la vivienda del Padre Fournet que ha dejado definitivamente la casa cural de Maillé con su hermana Catherine, para vivir en las proximidades de la Casa Madre de las Hijas de la Cruz.
Déodata