Filles de la croix

La gruta de Molante

 Gruta de la cancerosaIsabel regresa de la misa en la Iglesia de Maillé, dirigiéndose a casa por el camino de los arbustos de la finca de Molante. Oye un quejido, un dolor que se manifiesta, e Isabel se pone en alerta.

 

“¡Hay alguien ahí!”

Una enferma está, como enterrada, en un hueco de un terreno alquilado por la comunidad… ¡Es una señal!

Para las hermanas, es una llamada a recoger en su casa a esta hermana venida de la miseria, miembro sufriente de Cristo.

En aquella época en que no existía ninguna ayuda social, dónde no se sabía tratar las enfermedades, dónde tantos niños eran víctimas de males de todo tipo, las hermanas toman su lugar, en aquel contexto, en un camino de caridad que continúa mostrando su rostro hasta el día de hoy.

Tanto mejor si actualmente existen organismos e instituciones públicas y privadas, para cuidar a otros, ayudar, nosotras también participaremos.

Pero la gruta de aquella primera “paciente en la casa de las Hijas de la Cruz” está llamando más que nunca al camino de Molante, bajo el mismo roble.

Aún hoy siguen visitándola niños de catecismo, jóvenes, y menos jóvenes que peregrinan para ver y escuchar.

Vemos un árbol que renace cada año a pesar de sus ramas quebradas…  atravesando las estaciones.

Escuchamos el viento y las palabras del Evangelio…palabras de actualidad…

¡Oh! ¡La tumba vacía! Dicen los niños…

Árbol de la gruta de la Cancéreuse¡Un árbol grande nace de la gruta que la sostiene! El roble de Molante: un renacer en todas las primaveras a pesar de sus ramas inertes…

Una llamada a la Vida por encima del enorme agujero del sufrimiento y del pecado.

¡La tumba está abierta! Es la mañana de Pascua. “Encuentra a mis hermanos y cuéntaselo…”

 

¿Cuántos lugares parecidos a esta gruta existen por el mundo?

¿Cuántas personas están solas y abandonadas en la vida, qué nadie escucha, qué nadie mira y qué pueden estar desesperadas?

Y hoy en día, los medios de comunicación nos dan tanta información sobre los sufrimientos del cuerpo y del corazón que se puede caer en el riesgo de banalizarlos.

¿Sabremos, como Isabel, descubrir las heridas del sufrimiento y la pobreza y dejar que entren en nuestro corazón, en nuestras oraciones y quizá en nuestra vida a través de signos?

 

Esta es una inquietud que vive en nosotras, Hijas de la Cruz, portadoras del Mensaje Pascual

que compartimos con los peregrinos que pasan,

y que es aún más relevante en este tiempo de Pasión:

¿Qué hay que hacer? Qué debe ocurrir para que la gruta del sufrimiento

pueda convertirse en la tumba vacía del día de Pascua para poder atravesar,

¿Transitar el Paso de la Cruz hacia el Jardín de la Resurrección?

Señor, te pedimos que llames sacerdotes, pastores de tu Iglesia,

Misioneros portadores del Evangelio a los confines de la tierra,

religiosos y religiosas que sienten pasión por Cristo y por la Humanidad,

laicos comprometidos con la sociedad, sal de la tierra y levadura para la masa del pan.

Señor Jesucristo, envía a tus hermanas, Hijas de la Cruz,

testigos del misterio de la Pascua, para que lleven tu amor

desde la Eucaristía de nuestros Marsyllis actuales.

Danos la capacidad de vivir esta misión con nuestros hermanos y hermanas laicos,

“enseñar y curar”

en todos los “Molante” dispersos por el mundo.

Junto a San Andrés Huberto y Santa Isabel

en compañía de nuestras primeras hermanas y todas las que nos precedieron,

que seamos capaces de continuar, desde la sencillez, “glorificando a Dios y haciéndole glorificar a través de los niños y los pobres”,

¡AMEN!