¡Una escalera…en un presbiterio!
…del pan de la escalera de San Pierre de Maillé, al pan de los Pequeños de Marsyllis…
Este texto se ha titulado así a partir de los dos momentos clave que están en el origen de nuestra Congregación.
En ambos momentos -que representan también dos lugares- se viven unos episodios clave, detonantes de algo futuro, y que aún guardan un mensaje importante hoy.
El pan de la escalera del presbiterio de San Pierre de Maillé
Evocación de la conversión del Padre Fournet, sacerdote desde tiempo atrás en Maillé.
Vivía en la abundancia, bien acomodado. En lo alto de la escalera, al lado de la entrada al comedor, se desarrolla una historia de comida, de pan y de dinero…un encuentro entre dos mundos, entre dos realidades.
Pleno de sentido hasta el día de hoy, este encuentro pudiera haberse dado perfectamente en cualquier época.
La conversión de Andrés Huberto Fournet tendrá lugar el día que un mendigo le pide dinero y él le ofrece un trozo de pan.
El padre le dice que no tiene dinero, pero su mesa está llena y con los servicios de plata dispuestos.
La reacción del pobre frente a la realidad palpable supone un revulsivo que le hace decir lo siguiente.
“Usted me dice que no tiene dinero, Señor Cura, ¡pero su mesa está llena de plata!”
La cubertería y los candelabros de plata están allí mismo, inmóviles, casi provocando y el irrisorio trozo de pan que se le ofrece, al lado.
El hombre se marcha de allí rápidamente con su miseria y su rencor, sus insultos y quizá alguna blasfemia.
Y es entonces cuando Andrés Huberto se da cuenta de que está equivocando sus valores.
Hay alimento, pan, y plata, y los guarda para él y solo para él.
El hombre, ya se fue…
La historia cuenta que es en ese preciso instante cuándo Andrés Huberto toma conciencia de su propia realidad.
¿Qué es lo que realmente importa? ¿El pan? ¿El dinero? ¿O el hombre?
¿Cuál es el lugar del hombre, del dinero y del pan en el Evangelio?
El Padre Andrés Huberto Fournet lo conoce bien y se lo explica a sus parroquianos.
Jesús sanaba, curaba, enseñaba, como explica el Evangelio: multiplicó el pan, no el dinero.
El dinero existe para ser transformado en pan, en vida.
En el Evangelio de Mateo ya se hace alusión al dinero como elemento de pago: la moneda en el pez, que servirá para pagar el impuesto; el samaritano que debe pagar al posadero; la viuda que deposita su moneda en el templo; el recaudador de impuestos Zaqueo, que da el dinero a los pobres, etc.
El dinero sirve para conseguir lo necesario. No te llena, sino que profundiza el hambre de tener más.
¡Pero aquí está el pan! El pan que a la vez es sagrado y banal.
El pan es el alimento de cada día.
El pan es sinónimo de vida en muchas culturas. Compartimos el pan, lo comemos juntos.
¡El pan ha sido durante mucho tiempo el alimento de tantos pueblos!…
Y es el alimento que necesita del esfuerzo y el trabajo colectivo.
Con la ayuda de la tierra y de las estaciones y de la de tantos oficios, y el aporte del agua y del fuego…
“Danos hoy nuestro pan” como se pide al corazón de Nuestro Padre, con la oración de Jesús.
¡En la vida real, en San Pierre de Maillé, aquel día, apareció ese hombre!
Ese hombre que vino a pedir dinero, y que rechazó el pan en un ataque de cólera, que al irse dejó a Andrés Huberto asombrado y a la vez tocado interiormente.
La escena tiene un punto de inmoralidad, pero también de simbolismo…
¿Qué es lo verdaderamente importante?
¿No es el hombre en sí mismo más que sus tribulaciones?
El hombre que se fue y dejó al padre con su trozo de pan y toda su plata… pero tocado interiormente, tocado en el corazón mismo de su fe.
En lo alto de aquella escalera el sacerdote acaba de sentir una herida que se transformará en llamada…
Una llamada a mirar, no solo el gesto banal de dar limosna, de entregar pan o dar dinero, no quedarse solo con mirar su gesto, su limosna, sino una llamada a mirar al otro, a ese ser humano, su hermano, al que debería haber encontrado.
Y para él, en tanto que sacerdote, detrás de ese rostro humano, encontrar el rostro de un Dios hecho hombre, de Cristo que se hace presente en todo hombre, mujer y niño.
Se ha producido la conversión de aquel a quiénes sus parroquianos llamaban el Buen Padre.
El Padre Fournet, tras el encuentro con el mendigo, sabrá compartir con los hombres y las mujeres, sus hermanos y hermanas, rostros vivientes de Cristo, su pan y su dinero, pero en realidad, compartirá su vida.
En La Puye, en la casa donde vivió posteriormente, el Buen Padre, colocará sobre la mesa del comedor no un cubierto como aquellos de Maillé, sino pan, un pan que evoca a la Eucaristía.
Más tarde, la mesa del comedor de La Puye acogerá a muchos mendigos. Hoy está preparada para otros pasos, para otro compartir. A veces, una misa es celebrada.
Si Jesús había multiplicado los panes para aquellos que fueron a escucharle al desierto, también da el pan de la cena del Jueves Santo a aquellos y aquellas que le siguen: el pan de los discípulos de Emaús, el misterioso pan de la Eucaristía, tan íntimamente ligado a la escena del Lavatorio de los pies.
Él pide a todos que continúen compartiendo el Pan y el servicio al prójimo en Su Memoria.
Encontramos ahora al Buen Padre durante la Revolución.
Y a las personas que son privadas del pan de la Eucaristía.
El Pan de la granja de Marsyllis…
Si el pan que el Padre Fournet había ofrecido de mala gana en su presbiterio de Maillé provocó su conversión y le puso en el camino de sus hermanos, será la búsqueda de la misa, del pan eucarístico, lo que pondrá a Isabel Bichier, sin ella saberlo, en el camino del servicio a los pobres. Ella ni lo hubiera sospechado al principio.
Es pues, en el Pan de la Eucaristía donde encontramos el origen de nuestra Congregación.
En 1797, Isabel Bichier, a la edad de 24 años, buscaba al Padre que le ofreciera la Palabra de Dios y el Pan de la Eucaristía.
Lo encuentra durante una misa clandestina, en la Granja de Marsyllis.
En su paso con ella por la Granja de Marsyllis, nos encontramos con un pequeño grupo de cristianos que acuden a la Eucaristía.
Estas Eucaristías nocturnas, dónde la fe y la caridad de los participantes suplen la pobreza del lugar y la escasez de asistentes. “¡Un pequeño puñado de gentes!”, escribirá textualmente el Padre Fournet. Isabel busca recibir la comunión y una dirección espiritual que la ayude a orientar su vida… hacia un convento de clausura que ella desea desde siempre… pero que no existe en aquel momento.
Como el mendigo de la escalera, no recibirá lo que esperaba.
Ella recibe del Padre Fournet una misión clara, una palabra con el signo del Evangelio que la confrontará con lo profundo de su búsqueda –cómo orientar su vida- y las necesidades evidentes de aquel momento…
Le repetirá en tiempos un poco más calmos: “Dios te llama a la lucha…Ven rápidamente, hay niños que necesitan instrucción, pobres que necesitan ayuda, enfermos que curar…” Isabel escribiría más tarde “Comprendí que era la voz de lo alto y me dejé guiar: bendigo al cielo porque curar y enseñar a los pobres es imitar al Señor mismo”. Y también, “Creo que debemos abrazar todo tipo de buenas obras”.
El Padre Fournet escribirá en la regla de vida que hay que Enseñar y Curar, como hizo Cristo.
En aquel momento, por y para las personas de aquella época, a través de su fe, su deseo de servir a los hermanos, lo que podríamos llamar su caridad, nace lo que se convertiría posteriormente en la Familia de las Hijas de la Cruz, surgiendo a la vez de las necesidades de la gente y del amor que emana de la fe y de la confianza en Cristo.
Si nuestra Congregación reconoce su origen en aquella escalera de San Pierre de Maillé, alrededor de un trozo de pan; si tomó cuerpo a partir del Pan Eucarístico de Marsyllis que llama a ser compartido con los pobres, hoy, en la época actual, con sus pobrezas, el hambre endémica y la necesidad de dar sentido a la vida- debemos volver a estos lugares simbólicos y reencontrarnos de nuevo con nosotras mismas…
Estos lugares están ligados a la búsqueda de una vida cristiana auténtica, inspirada directamente del Evangelio.
Es para vivir este mensaje para lo que nace la primera comunidad de Hermanas en Molante en 1807: curar a los enfermos, enseñar a los niños, dar de comer a los huérfanos, llevando, a la manera de cada época la Palabra de Dios, enseñando el catecismo de la época. ¡Y ya han pasado 200 años!
Hemos realizado una mirada a lo que ha sido, de forma concreta y sencilla, el origen espiritual de la Congregación de las Hijas de la Cruz. Después hay toda una historia en la Iglesia, en la sociedad… y la propia historia la ha ido modelando. Hoy la Congregación ha entrado en las transformaciones que suscitan nuestros tiempos – a todos los niveles- dónde los avances de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II, solo son perceptibles de forma parcial.
“Enseñar y curar” como hacía Jesús y de la manera que el Buen Padre pedía está más de actualidad que nunca.
En un mundo que necesita de sentido, queremos seguir junto a otros las huellas de aquellos que nos abrieron el camino… en la fe en Cristo, en la fe en el ser humano.
Nada en la historia del ser humano es definitivo y la historia de nuestra Iglesia, la historia de nuestra Congregación forma parte de ello: está en continuo movimiento…avanza con la vida…confiando en Él.
En época de pascua, escuchamos sus palabras, las que han puesto y mantienen en pie a tantas personas que están al servicio de sus hermanos: “Lo que hagáis a uno de estos pequeños, me lo estáis haciendo a Mí…”, “Estaré siempre con vosotros, hasta el final de los tiempos”.
Una escalera, un pobre…
Yo no soy digno de que entres en mi casa…
Pero una palabra tuya servirá para sanarme…
Solo una palabra tuya Señor
Para que llegue a Ti.
Solo una palabra tuya Señor
Para que encontrarte sea posible.
Solo tu palabra Señor
Que me haga venir a Ti.
…una escalera, un pobre.
¿Pobre, el que espera recibir?
¿Pobre, el que no quiere dar?
¡…algo tan insignificante como una escalera!
Todavía, cada peldaño me obliga a atravesarla.
En cada peldaño me resisto,
Para a subir.
En cada peldaño debo dejarme llevar…
Es sólida
La piedra sobre la que nos apoyamos.
Está desnuda
La piedra que nos lleva.
Es sencilla.
Es pobre.
Hoy, ahora
Somos esperados en lo alto.
Aquí es la fiesta del encuentro.
Es aquí donde el Pobre se entrega.
Di solo una Palabra,
Una palabra de pobre…
“¡No tienes dinero!...
¡Y tu mesa está llena!”