El cuerpo de Sor Maria Laura Mainetti descansa en la Colegiata de Chiavenna.
Palabras del obispo
Os ofrecemos la homilía del Obispo Oscar Cantoni.
Queridos hermanos y hermanas, se han proclamado dos textos de la Palabra de Dios que señala el calendario litúrgico de hoy, lunes de la primera semana de Cuaresma.
Es sorprendente como esas lecturas que no hemos escogido para esta ocasión sino que nos han sido dadas por la liturgia son perfectamente adecuadas a la ocasión para la que nos hemos congregado en esta colegiata de Chiavenna.
El Señor nos acompaña y nos alimenta siempre con su Palabra en cada situación histórica que vivimos. Nos permite interpretar a su luz los acontecimientos felices o tristes que componen un diseño, que a nuestros ojos se presenta, a menudo, como inarmónico, pero que el Señor orienta y reconduce siempre para el bien, elevándolo al mejor nivel.
La memoria de Sr Maria Laura, humilde y dulce Hija de la Cruz, no se ha borrado en estos años.
Su recuerdo está siempre vivo, no sólo en su Congregación religiosa, ni exclusivamente en esta comunidad parroquial, sino que también se extiende por todo el valle de Chiavenna, se propaga por toda nuestra Diócesis de Como y se extiende a la Iglesia entera.
Lo testificáis vosotros mismos, que tan numerosos habéis venido esta tarde de todas partes.
Para que Sr Maria Laura está más cerca de nosotros y para que podamos invocarle ante sus restos, hemos pedido y hemos conseguido que pueda descansar aquí, en este lugar que fue y que permanece siendo su parroquia, donde siguió a Jesús con tanto ardor y en una noble sencillez, amando y sirviendo a sus hermanos más pobre hasta el final.
Esta tarde Sr Maria-Laura, haciéndose eco de la Palabra de Dios que hemos leído en el Levítico, nos repite: “Así habla el Señor, sed santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”.
Todos nosotros, bautizados, estamos llamados a la santidad que puede desarrollarse en el fondo de una existencia sencilla y sin apariencia.
Nuestra santidad será una santidad cotidiana, ordinaria, que trasmite y testimonia la alegría del Evangelio dentro de las situaciones más comunes, en las circunstancia de la vida en las que nos encontremos.
El Espíritu Santo sabe cómo utilizar nuestros dones personales y más aún, nuestros caracteres específicos, que a menudo, pero no siempre son los más adecuados para plasmar en nosotros la imagen de Jesús y representar en lo concreto, para Él, el rostro de la ternura y de la Misericordia de Dios Padre, el Santo por excelencia.
Nos se precisan gestos extraordinarios. La santidad se desarrolla mediante pequeños gestos
particulares que cada cual inventa para aportar serenidad a los hermanos tristes, consolar a los
afligidos, socorreré discretamente a quienes no se atreven a pedir ayuda.La reputación de santidad que se desarrolla y crece respecto a Sr Maria Laura es la prueba más convincente de que ella deberá ser presentada por la Iglesia en un futuro próximo, que esperamos no lejano, como modelo ejemplar para todo el pueblo de Dios. La muerte tan dramática de Sr Maria
Laura no es más que la culminación final de toda una vida ofrecida al Señor, entregada totalmente al servicio de los hermanos con los que el Señor ha querido identificarse.
“Lo que habéis hecho a cada uno de mis hermanos, me lo habéis hecho a mí mismo” como lo hemos oído en el Evangelio que acabamos de proclamar.
sí Sr María Laura, que realmente nos acompaña desde el Paraíso y nos mantiene en los vínculos del amor y de la comunión, en nuestro camino de fidelidad al Señor Jesús y en el servicio de amor respecto a nuestros hermanos, nos llama a nuestro deber absoluto (si queremos ser cristianos y no sólo decirnos cristianos), de honrar y servir el Cuerpo de Cristo que son los pobres, los desgraciados, los que la sociedad descarta, los que el Señor nos envía como migrantes, que han atravesado, no sin fatiga el desierto, el mar… y nos piden ser acogidos.
Sr Maria Laura nos enseña a interpretar la página del Evangelio que acabamos de escuchar como una atención educativa frente a la juventud. Ella que se dedicó con gran pasión a la formación humana y cristiana de los adolescentes y de los jóvenes, dándose enteramente, obtenga para nuestras comunidades cristianas enseñar a los jóvenes el arte de vivir, en la certidumbre de que si seguimos a Jesús, el Espíritu Santo no nos hará menos humanos, porque el permite a nuestra fragilidad experimentar la fuerza de la gracia de Dios.
No puedo concluir esta homilía sin volverme a María, madre de la Misericordia, venerada en Gallivaggio, pero cuya estatua se conserva en esta iglesia, para que ella acompañe y sostenga la nueva fase del sínodo diocesano que estamos a punto de comenzar. Al mismo tiempo lo confío de nuevo a vuestras oraciones.