Paula, una joven de 16 años, viajó el miércoles con su padrastro hasta Polonia. Hicieron un largo viaje desde Irun (España, País Vasco) hasta Varsovia, donde dejaron unas bolsas de abrigo en la estación y recogieron a una madre con su hija pequeña y una amiga.
“Tuve la sensación -nos compartió Paula- de ayudar desde dentro de mí (…) cuando ves a esas personas, cuando ya ves la cara de esperanza, del “ya estoy a salvo” (…) se revuelve algo adentro que sientes como si le conocieras de toda la vida. Y sólo les conoces hace diez minutos. Pero es una sensación preciosa (…) Ayudar es lo más bonito que hay en el mundo”.
A partir de esta experiencia ella y su familia, ya no pudieron quedarse tranquilos sin nada que hacer. Compartieron el proyecto con otros y muchos otros se comprometieron también. El nuevo objetivo era regresar a Polonia con más vehículos, y traer más personas. Así, se fue tejiendo una red de solidaridad: un grupo de mujeres de Irun, las familias de acogida en Madrid, aquellos que realizaron donaciones, un grupo de bomberos, y las Hijas de la Cruz. Todos queríamos ayudar ¡necesitábamos ayudar!
En la madrugada del domingo 13 de marzo, llegaron a España cinco minibuses con un contingente de 38 personas de Ucrania. Había mujeres, adolescentes, algunos niños y un perrito. Se alojaron en Eguiluze para descansar y reponer fuerzas antes de hacer el último tramo del viaje hasta Madrid.
¡La fuerza de las mujeres nos emocionó! ellas han escapado para cuidar de sus hijos y lograr sobrevivir, ahora llegan a un país con un idioma incomprensible, sin saber por cuánto tiempo y sabiendo que deben empezar de nuevo. Mujeres fuertes que reflejan en sus rostros el cansancio, la incertidumbre, pero también el agradecimiento y una pequeña luz de esperanza en medio de tanto dolor.
Nosotras, hermanas y laicos, hemos sentido que es necesario salir al encuentro de nuestros hermanos sufrientes por la guerra, correr el riesgo, “ensanchar el espacio de nuestra tienda” (Is 54,2), de nuestra casa y de nuestro corazón. No escuchamos sus historias ni logramos consolarlos de sus heridas, pero fue una gracia haberlos acogido en nuestra casa. Ellos han agradecido especialmente el poder disfrutar de la naturaleza, estar fuera sin tener peligro, caminar en libertad y escuchar el silencio.
Tal vez este tiempo, en el que la compasión se expresa en numerosos actos de solidaridad en los diferentes países de Europa, sea un tiempo en que el Espíritu se sirve para hacer de esta humanidad una “nueva creación”. Donde las mayores respuestas y gestos de amor vienen desde abajo, del pueblo, y llegan hasta lugares antes jamás pensados. Porque, como nos compartió Paula, “si todo el mundo ayuda, al final las cosas malas y todo lo malo pierde importancia y fuerza. Si hay más gente buena que mala, entonces, la bondad va a ganar”.